"Los exámenes son formidables incluso para el mejor preparado, ya que el mayor estúpido puede preguntar más de lo que el mayor sabio pueda responder" - Charles Caleb Colton
Evaluar adecuadamente significa enseñar mejor. Una evaluación seria requiere establecer, de modo explícito, los criterios, procedimientos e instrumentos de evaluación y autoevaluación que permiten hacer el seguimiento del progreso de los alumnos; pero también el análisis y la revisión del proceso: objetivos propuestos, contenidos seleccionados, actividades, metodología elegida, recursos empleados, etc., e identificar todo aquello que puede ser mejorado.
El hecho de que los alumnos aprendan avala la progresión de las enseñanzas, los objetivos marcados y los contenidos y estrategias escogidos. En caso contrario, reclama un análisis de los motivos por los cuales no se está progresando adecuadamente, y las decisiones de mejora y/o cambio necesarios. Es necesario, por tanto, que los alumnos demuestren el estadio de sus conocimientos y competencias con frecuencia.
La tarea del profesor será establecer una coherencia entre lo que se enseña y lo que se evalúa, creando herramientas y formas adecuadas de evaluación, en cada caso.
Una evaluación seria requiere establecer, de modo explícito, los criterios, procedimientos e instrumentos de evaluación y autoevaluación que nos han de permitir hacer el seguimiento del progreso de los alumnos y comprobar el grado en que están alcanzando los objetivos de aprendizajes propuestos. La interrelación entre los contenidos y actividades, y la evaluación es obvia, dado que aquellos que son evaluados se convierten en relevantes, mientras que los que no lo son quedan relegados a un segundo plano.
En primer lugar, una evaluación inicial nos permitirá recoger la información necesaria para hacer un diagnóstico del estadio de aprendizaje del alumnado y, a partir de estos datos, reajustar nuestra programación, para reconducir eficientemente el proceso de enseñanza.
La evaluación también es necesaria para saber si los alumnos realmente han alcanzado los objetivos que nos hemos propuesto, y poder determinar así la propia validez de los mismos. Son imprescindibles sistemas de regulación y controles periódicos de diferentes tipos y contenidos, que confirmen e intensifiquen lo que el profesor ya sabe o presiente sobre cada alumno, y una evaluación tanto formativa como diagnóstica, continua y sumativa. Aprender a evaluar, en definitiva, para poder enseñar mejor.
La evaluación tiene un alto componente formativo, en tanto ofrece a los alumnos información sobre su progreso, que se debe proporcionar de forma clara, pero positiva. La evaluación tiene que ser una actuación que los alumnos valoren más que teman y que les sirva para confirmar que lo han hecho bien, corregir allí donde se han equivocado y comprender, en uno y otro caso, que estamos hablando de aprendizaje, y no de fiscalización. El error ha de ser aceptado y considerado necesario y lógico en el proceso de aprendizaje. El profesorado deberá crear contextos donde el alumnado se sienta seguro y escuchado, donde pueda potenciar diferentes habilidades y en los que se le ofrezcan opciones para superar posibles escollos, a partir de su trabajo y voluntad. Los alumnos deberán ser penalizados cuando no cumple con los objetivos o los plazos, siempre que esto forme parte de las normas o se haya especificado, pero intentando siempre ofrecerles, eso sí, opciones nuevas que garanticen su posibilidad de rectificar, si es posible.
Esto supone una enorme flexibilidad en la evaluación, promoviendo que el alumnado se atreva a mostrar lo que de verdad sabe, sea poco o mucho, sin temor a las críticas de nadie. De este modo su miedo al error y al fracaso, a ser expuesto frente al grupo o perder su posición en el mismo, se pueden minimizar y permitir así que se concentre en aprender, mientras se garantiza también que los alumnos más brillantes tengan que trabajar más y mejor para conseguir sobresalir en el grupo. También es importante propiciar la autoevaluación y que los alumnos escojan, en ocasiones, la forma en que serán evaluados, todo ello para reafirmar, en un contexto de enseñanza obligatoria, que el éxito es posible y está en sus manos, si quieren. Finalmente, los docentes hemos de conocer y tener muy presentes los exámenes externos –la Selectividad y las Pruebas de Competencias- a los que el sistema somete al alumnado y que, con todas sus carencias, cumplen la función de garantizar la equidad del sistema. Hemos de preparar a los discentes lo mejor posible para que los superen con éxito, sin descuidar, al hacerlo, otros conocimientos y habilidades que el examen quizás no contempla.
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