"No es mejor profesor el que sabe más, sino el que enseña mejor"

La gestión del aula es un proceso complejo que requiere aclarar y comunicar propósitos, generar motivaciones, transmitir conocimientos, provocar la decisión de aprender en los alumnos y liderar para valorar el rigor, el esfuerzo y la colaboración, aceptando el conflicto como algo natural, que ayudará a aclarar voluntades y ritmos.

Es crear un ambiente de respeto dónde todos tengan cabida. Crear un entorno donde el profesor dirija, solo o con los alumnos, unos hilos que pueden ser más o menos invisibles o largos pero donde el diálogo ha de ser la nota dominante, fomentando la participación e implicación de los alumnos, para que todos aprendan.
Gestionar el aula tiene como objetivo favorecer el deseo de saber de los alumnos, para hacer más efectivo el aprendizaje. Cualquier docente estará de acuerdo con esta afirmación; sin embargo, con frecuencia tendemos a pensar que, si únicamente los alumnos nos hiciesen más caso, si fuesen más disciplinados y estudiasen más, todo sería mejor.


La tipología de alumno que distorsiona nuestras aulas responde a múltiples modelos; por un lado están los que cuestionan nuestros métodos de actuación, con razón o sin ella, con o sin el apoyo de sus padres; también los que se levantan, los que se mueven, los que interrumpen, los que se sobresaltan en la silla, los que nos tocan, los que no quieren participar, los que quieren participar demasiado, los que no nos escuchan, los que se aburren porque no entienden, los que no hablan nuestro idioma, los que se aburren porque hace un mes que entendieron y finalmente, también los que ni siquiera quieren estar.

La obligatoriedad de la enseñanza hasta los dieciséis años ha determinado que alumnado que en “nuestra época” hubiese entrado directamente en la vida activa a los catorce, si no antes, ahora se siente frente a nosotros. Esto convirte la gestión de aula en una competencia mucho más compleja que antaño. Nosotros no sabemos cómo enseñarles y ellos, frecuentemente, tampoco quieren que lo hagamos, porque le ven poco sentido a la escuela, o se sienten desplazados en ella, incapaces de cumplir con los requisitos que ésta impone.

Pero, además, dirigir un aula es complejo porque los alumnos de ahora son distintos: Son los retoños de la sociedad de la información, la cultura de masas, los efectos especiales, el zapping con mando a distancia, la bollería industrial y la wii. Están acostumbrados a los estímulos constantes en tres dimensiones, y para enseñarles a leer y a concentrarse, la tiza y la pizarra resultan herramientas pueriles; Viéndonos a nosotros mismos como nuevos David frente a un Goliat multimedia de dimensiones épicas, hemos de pensar muy bien cual queremos que sea nuestra modesta honda, o si preferimos escoger nuevas armas.

Es normal que, en estas circunstancias, gestionar un aula resulte complejo. El deseo de saber es innato a la condición humana, pero la decisión de aprender algo depende de cada uno de nosotros. Para que esta decisión se produzca hemos de sentir la necesidad de hacerlo y percibir las ventajas que este aprendizaje nos va a aportar, a múltiples niveles. De otro modo el esfuerzo que aprender implica hará que la voluntad de los alumnos se sustente en unas bases muy frágiles, que pueden favorecer cambios momentáneos (una mayor motivación a primeras horas de la mañana, o justo antes de las notas de final de trimestre…) pero difícilmente implicarán que entiendan el sentido de avanzar por una senda que ven como impuesta.

 

El profesor, por sí solo, no puede crear las condiciones óptimas para que la motivación del alumnado se produzca, especialmente en el caso de la secundaria. Los currículos, por un lado, asumen que este interés existe, y son mucho más extensos de lo que debieran, si queremos aplicarlos a alumnado sin interés. Por otro lado, aun asumiendo que el profesorado sí pueda contagiar su amor por el saber, y por su materia, los valores que la familia y la sociedad transmiten no siempre convergen con los transmitidos desde los centros.

Sin embargo, sería injusto subvalorar el papel que un buen profesor puede ejercer para aclarar propósitos, generar motivaciones, comunicar conocimientos y provocar la decisión de aprender entre los alumnos, desde el amor a su propia materia, la paciencia y la firmeza de propósito. Esto lo saben transmitir muchos profesores desde la experiencia o el entusiasmo y la frescura característica de los primeros años de profesión docente.

También resulta imprescindible liderar para imponer rigor, colaboración y respeto, neutralizando los comportamientos de aula disruptivos y premiando comportamientos adecuados basados en la reflexión compartida y la implicación responsable, a partir de un clima de aula fluido y respetuoso, que no excluya a nadie.

Una buena gestión de aula se ha de basar, en primer lugar, en la equidad. Los alumnos han de percibir que incluimos a todos, y eso requiere rutinas de comportamiento, de las que nosotros hemos de ser modelo. Un aula no podrá funcionar realmente si no se basa sus normas en criterios que todos comprendan, y que estén en relación con prácticas de aula inclusiva, teniendo presentes los defectos y debilidades específicos de los alumnos que conforman el aula, así como su grandeza y genuinidad.

Las rutinas en nuestras maneras de impartir clase nos han de permitir establecer, en clases ordinarias, normas que premien algunos comportamientos y penalicen otros, rutinas al inicio de la sesión que informen a los alumnos de lo que se va a hacer y porqué, en un lenguaje que se adapte a la edad de los alumnos, relacionándolo con lo aprendido anteriormente.

Otras rutinas necesarias han de permitir comprobaciones periódicas relacionadas con la comprensión de los alumnos, ejemplificando, preguntando y pidiendo resúmenes y valoraciones finales. Así mismo, es importante encontrar un equilibrio entre los momentos de exposición, y aquellos de consolidación de contenidos, de acuerdo con un equilibrio lógico, los horarios del día en que impartimos las clases y a otros
condicionantes externos.

Por su parte, la creatividad y flexibilidad nos llevarán a usar un amplio repertorio de estrategias de aprendizaje y recursos según el desarrollo de la sesión y las características de los alumnos, adaptando las tareas para mantener el control del proceso de enseñanza, de forma que respeten los diferentes ritmos de aprendizaje. También han de permitirnos relacionar lo que el alumno aprende en el aula con sus
vivencias fuera de ella. La tecnología es un gran instrumento en esa dirección, ya que nos permite trascender las paredes del aula, creando un puente entre lo que los alumnos hacen fuera y lo que se hace en las mismas y producir, mostrar y compartir con otros jóvenes más allá del aula y de los centros, con la enorme motivación que hacer esto supone.

La flexibilidad mental, seguridad emocional y creatividad del profesor nos permitirán cambiar la programación, cuando las circunstancias lo aconsejen, o incorporar nuevas ideas y estrategias. También modelaran frente a los alumnos lo que significa tener iniciativa y espíritu emprendedor, que es, sin duda, la mejor manera de transferirles esta competencia básica.

Un manejo de aula eficiente conseguirá el diálogo y la participación de los alumnos, y, conseguido esto, podremos empezar a aprender de ellos.

¿Te interesa esta competencia? ¡Apúntate a nuestros cursos!